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Ansiedad, estrés y miedo: costo mental  del encierro durante las lluvias

Ansiedad, estrés y miedo: costo mental  del encierro durante las lluvias

Publicada el noviembre 3, 2025 por admin
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La República Dominicana, ubicada en el corazón del Caribe, forma parte activa de la ruta ciclónica del Atlántico, lo que la expone año tras año a tormentas y huracanes que ponen a prueba no solo su infraestructura, sino también su equilibrio emocional y social.

En cada temporada ciclónica, miles de familias reviven la ansiedad de la pérdida, el encierro y la incertidumbre. Por eso, más allá de prepararnos materialmente, debemos crear conciencia sobre la importancia de proteger también la salud mental ante estos fenómenos naturales.

Cuando una tormenta se aproxima, el miedo no solo se instala en los techos, sino también en la mente. Las lluvias constantes, el ruido del viento, los apagones y la imposibilidad de salir de casa generan una sensación de vulnerabilidad que puede detonar ansiedad, depresión o estrés postraumático, especialmente en personas con antecedentes psicológicos o emocionales.

Durante estos episodios, la incertidumbre es un factor clave: no saber qué pasará con la vivienda, los familiares o el sustento económico provoca una tensión sostenida que altera el sueño, el apetito y el estado de ánimo. En quienes ya sufren trastornos mentales, estas condiciones pueden agravar los síntomas, la ansiedad se intensifica, la depresión se profundiza y los pensamientos negativos encuentran terreno fértil en el aislamiento.

El encierro forzoso es otro detonante significativo. En muchas comunidades rurales y urbanas, las lluvias prolongadas obligan a las familias a permanecer en espacios reducidos, sin electricidad ni acceso a distracción o comunicación. Esta convivencia forzada bajo estrés puede generar irritabilidad, conflictos familiares y sensación de claustrofobia.

Además, los niños y adolescentes, privados de su rutina escolar y de contacto social, pueden experimentar tristeza, aburrimiento y miedo, afectando su bienestar emocional y su capacidad de adaptación.

A esto se suma el impacto psicológico posterior al desastre. Una vez pasa la tormenta, llega el recuento de los daños: casas destruidas, pertenencias perdidas, familiares desaparecidos. En esa etapa emergen con fuerza el duelo, la desesperanza y el agotamiento emocional.

Es común que muchas personas presenten síntomas de estrés postraumático, como insomnio, sobresaltos ante ruidos fuertes, irritabilidad o rechazo a hablar del evento.

Sin embargo, la dimensión emocional de los desastres naturales suele ser la más invisibilizada. Mientras se prioriza la reconstrucción de puentes, carreteras o viviendas, se deja de lado la reconstrucción interior de las personas.

En países como la República Dominicana, donde los servicios de salud mental son limitados, la atención psicológica de emergencia no forma parte estructural de los planes de respuesta ante huracanes, lo que agrava el sufrimiento silencioso de miles de afectados.

Frente a esta realidad, se impone la necesidad de crear una red psicoafectiva comunitaria que funcione tanto en la prevención como en la recuperación. Las autoridades locales, los equipos de salud y las organizaciones comunitarias deben articular esfuerzos para incluir psicólogos, terapeutas y voluntarios capacitados en el acompañamiento emocional durante y después de los eventos climáticos.

Además, los medios de comunicación y las escuelas pueden desempeñar un papel esencial al educar a la población sobre cómo manejar la ansiedad y el miedo durante una tormenta: preparar un plan familiar, identificar espacios seguros, mantener la comunicación con los seres queridos y limitar la exposición a noticias alarmistas ayuda a reducir el impacto psicológico.

La resiliencia emocional también se construye desde lo colectivo. En comunidades donde existe solidaridad y cooperación vecinal, las personas enfrentan mejor el trauma y recuperan antes su sentido de control y esperanza. No basta con reconstruir paredes; hay que reconstruir vínculos.

En conclusión, cada temporada ciclónica nos recuerda que la vulnerabilidad no solo se mide en daños materiales, sino también en heridas emocionales. La República Dominicana, por su ubicación geográfica, no puede escapar a la ruta de los huracanes, pero sí puede fortalecer su capacidad de respuesta emocional y comunitaria.

Prepararnos mentalmente es tan vital como asegurar los techos o almacenar alimentos. Solo así podremos enfrentar las tormentas externas sin ser arrasados por las internas.

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