Santo Domingo. – Deambular por las calles no es solo sinónimo de pobreza: es vivir en constante estrés crónico, inseguridad, insomnio, violencia y consumo de sustancias controladas. Esa rutina brutal deteriora y, en muchos casos, destruye la salud mental.
En República Dominicana se estima que el 20 % de la población padece alguna trastorno psiquiátrico, pero quienes viven en la indigencia cargan con una doble condena: la de su enfermedad y el abandono social que se convierte en una deuda del Estado.

Las manecillas del reloj siguen su agitado curso. El ruido capitalino abraza inquietante los sentidos de quienes transitan por la Avenida Nicolas de Ovando con Máximo Gómez. A pocos metros de la concurrida intersección encontró guarida el rostro de la indigencia, amiga fiel de los trastornados mentales. Su techo un puente; su zona de confort, la dureza de cualquier caja de cartón. No se trata de simples metáforas, para muestra este botón:
La salud mental es el corazón invisible de la indigencia. La organización Mundial de la Salud (OMS), la define como un “estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, aprender y trabajar adecuadamente e integrarse en su entorno”.